Los Espacios Invisibles
Por Nacho Grávalos Lacambra
Orfanato Municipal en Amsterdam, 1955. Aldo Van Eyck
Las ciudades han sido configuradas para perdurar en el tiempo, para fosilizar una idea del presente, desafiando a la fugacidad del instante. En ese sentido, supone una aspiración a crear un escenario duradero (un hardware), un simulacro de eternidad programado para dar soporte a las actividades de la vida cotidiana (software) y por ello, deben estar preparadas para cualquier contingencia más allá de su propia temporalidad.
Al mismo tiempo, existe una segunda ciudad superpuesta, ficticia y virtual, formada por todos aquellos espacios efímeros, por apropiaciones evanescentes. Es la ciudad de los flujos, de los cruces y de las interacciones, de las necesidades y los deseos. Constituyen creaciones destinadas a desaparecer, que no dejan huellas, identidades que se deslizan sin poder fijarse a las irregularidades de la realidad. Está formada por un conjunto de acciones que se desligan de la lógica determinada por el sistema en el que se desarrollan, de “trayectorias que forman frases imprevisibles, recorridos en parte ilegibles”[1].
The Naked City, 1957. Guy Debord
Las diversas maneras de ocupar y posicionarse, vivir, trazar huellas y apropiarse del espacio constituyen la esencia del lugar antropológico. Auge[2] subrayará la esencia geométrica del lugar, formado por líneas, intersecciones y puntos (trayectos, encuentros y monumentos) que llevan implícito el concepto de construcción de una identidad. A través de este sistema, se traban aventuras, encuentros y celebraciones. El mundo contemporáneo, sin embargo, traslada a un segundo plano estos lugares en favor de los espacios de tránsito (los denominados “no-lugares de la sobremodernidad” por Augé). El espacio público, de ese modo, pierde las referencias canónicas que permitían establecer anclajes de conexión entre el ciudadano y la ciudad. Y ese es uno de los desafíos del hombre actual, descubrir pequeños espacios que le permitan sentirse ligado a un territorio.
The City Dance. Portland, 2008. Lawrence y Anna Harplin
Así, de la misma imposibilidad de fijar los movimientos y de la necesidad de introducir desviaciones en los trayectos, surge la danza. Expresiones efímeras, reescrituras de espacios dentro del espacio, transgresiones geométricas, pequeñas apropiaciones del lugar que crean límites invisibles o desdibujan fronteras que en realidad no lo son. Van creando un universo paralelo a través de los propios recorridos, paisajes que De Certau definirá como “retóricas peatonales”. La danza contemporánea tendrá muy presente la escena urbana. En ese sentido, pretende dominar un espacio y establecer un tiempo propio. Trisha Brown descubrió un paisaje urbano inédito conquistando las azoteas y los espacios desprestigiados de Manhattan. En cierto modo, nos enseñó a ver la ciudad con otros ojos, propició un habitar poético y amplió de ese modo el repertorio sensitivo de la ciudad, desafiando las reglas inamovibles del espacio cartesiano.
Roof Piece, 1971. Trisha Brown
“El espacio físico no posee ninguna realidad sin la energía que se despliega dentro de él”[3], dirá Lefebvre. Habitar, o bailar en ese mismo sentido, constituye una lucha entre la persona o el grupo por apropiarse de un espacio anterior, que les viene dado y en el que tratan de transformar lo existente a través de la imaginación. Todas estas cuestiones, son las que convierten el espacio vivido en un lugar. Filtrar el mundo a través de lo experimentado, de la cultura o de la sensibilidad subjetiva, buscar las topologías invisibles que conforman la ciudad a través de la expansión del propio yo.
Nacho Grávalos Lacambra es arquitecto, profesor en la Universidad San Jorge y cofundador del programa experimental estonoesunsolar. Ha colaborado en diversas ediciones del Festival Trayectos.
[1] DE CERTEAU, Michel. La invención de lo cotidiano. Universidad Iberoamericana. México, 2007.
[2] AUGÉ, Marc. Los no-lugares. Gedisa. Barcelona, 2008.
[3] LEFEBVRE, Henri. La producción del espacio. Capitán Swing. Madrid, 2013.
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